sábado, 5 de abril de 2014

20 Festival Internacional de Cine Mediterráneo de Tetuán (VI)


Y dentro del tercer programa de cortometrajes del cine Avenida, Kote Camacho, nacido en Oyárzun (Guipúzcoa), nos ofrecía su segundo cortometraje, Elkartea(2013). Podéis ver este cortometraje y otros anteriores del director en su página de Vimeo.

Estuvimos dieciséis minutos guarecidos frente a la borrasca en una confortable y tradicional “sociedad” vasca, algo, más que gastronómica, bajo las voces del orfeón donostiarra de San Sebastián que cantaban marcando el paso de la tamborrada. Un grupo de amigos se reúne y llena el estómago entre risas y buen vino. El autor nos pregunta calladamente y entre líneas “y tú ¿qué harías?”. Un duelo entre los miedos de los que nadan en la abundancia y la resignación o serenidad de quien nada tiene que perder. Los cuchillos lucen lustrosos y bien colocados en la pared: cualquiera puede empuñarlos si fuera necesario. El chuletón va sangrando en la plancha: ¿estamos comiendo todos del mismo plato? ¿llegamos todos satisfechos a los postres? Kote Camacho disecciona con bisturí inteligente eso que llamamos amistad, esa solidaridad que nos llena la boca y que no se materializa.

Con su primer cortometraje, La gran carrera (2010), nos contaba él mismo, que había ganado más de setenta premios. Tres años de trabajo acertado y comprometido, concentrados en apenas seis minutos, parecen estar produciendo una buena cosecha a pesar de los malos tiempos y de las sequías existenciales. En esa opera prima nos presentaba el hipódromo de Lasarte (Guipúzcoa) a principios del siglo pasado y unos caballos que tienen muy claro el objetivo y la meta a la que deben llegar. Pero el director nos golpea desbocado con una pregunta ¿cuánto tardamos en olvidarnos de nuestros muertos? ¿qué alcance somnífero tienen las monedas? ¿cuál es el valor pecuniario de nuestros sueños? Y ¿el de nuestras conciencias?


Kote Camacho, buen porte y cabellos difíciles de ordenar, no se distrae. Va al grano y acierta en lo esencial. Apenas necesita unos pocos minutos para hacernos dudar de todas nuestras seguridades, para hacernos tambalear, y quizás caer de la montura de nuestro veloz caballo, para llevarnos a la reflexión, porque a lo mejor somos los próximos en quedarnos sin cubierto en el gran banquete. Y nos regala unas gafas dolorosas para ver de cerca a quienes no llegan a la gran fiesta.

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